Durante esta última semana, mi vida ha sufrido bastantes cambios. Algunos radicales y comprensibles y otros demasiado espontáneos.
Todos los aspectos de mi vida han cambiado y cuando quiero decir todos, es todos.
La rutina se acabó con la última clase del jueves pasado, los viajes tranquilos en coche han disminuido con la compra de una moto de 125, mi cuero cabelludo ha sufrido un corte de pelo de aproximadamente 15cm, mi relación sentimental ha pasado de ser un “ te quiero amor” a un “jodete cabrón”, mi tono de piel morena ha ido aumentando poco a poco con los paseos largos y las siestas en la playa, y finalmente mi actitud de fiestera y, probablemente, de poco responsable han vuelto a renacer con la llegada del verano.
Con todo esto, he aprendido que nada se queda tal y como esta. Que lo que conocemos cambia, para bien o para mal. Y lo más importante de todo, que debemos saber adaptarnos y ponernos en nuestro lugar cuando se realizan dichos cambios y ante todo, no tener miedo. Porque al fin y al cabo, parte de madurar y crecer, consiste en eso, en cambiar.
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